miércoles, 17 de febrero de 2010

Un día lluvioso

Como todos los días, Michael Knight se dirige hacia la Renfe, a coger el tren que cada mañana, de manera inevitable le lleva al trabajo.
Llueve. La bendita lluvia cae con excesiva abundancia para una tierra poco acostumbrada a tales dones, lo que provoca que el barro proveniente de las cercanas obras, inunde con su inmundicia aceras, caminos y parques. Las alcantarillas obstruidas no ayudan para deje de ser así.
El amigo Mike salta ágilmente los charcos y los montones de barro para no pringarse, pero decide que lo mejor es cruzar la calle y alejarse de las obras y así, del barro.
Sigue lloviendo. El mojado paso de cebra refleja los primeros rayos de luz roja del amanecer. Antes de poner un pie en lugar adecuado para realizar el cruce, mira a un lado y a otro para cerciorarse de que no hay coches. Pero sí los hay. Un Focus se acerca por el lado izquierdo y no parece que vaya a bajar su velocidad de los 80 km/h, pese a que el máximo permitido son 40.
Mike, que se ha desayunado esa mañana escuchando a Jiménez Losantos, dice:
"Qué coño, yo cruzo".
Y cruza.
Pone sus pies sobre el paso de cebra. Primero el izquierdo y luego el derecho. Y después el izquierdo otra vez.
Y el Focus que no para.
Michael Knight está decidido a que el del Focus pare, porque para eso es un hombre que no existe en un mundo lleno de peligros, así que se da la vuelta, le da la espalda al coche, mira al cielo y se detiene, esperando escuchar el frenazo de un momento a otro mientras las gotas caen sobre su rostro...

Moraleja:
Si no quieres morir yendo a la Renfe por la mañana en dirección al trabajo, no cruces por un paso de cebra en una ciudad dormitorio de un país civilizado y envidia del mundo entero.
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