Como se sabe, se dice que sobre alguien pende la espada de Damocles cuando un peligro inminente acecha sobre él.
Marco Tulio Cicerón habló sobre esta expresión en su Tusculanae Disputationes, posiblemente después de haber leído a Diodoro Sículo, que previamente había transcrito lo que contó Timeo de Tauromenio.

La noche siguiente, se presentó Damocles echo un pincel el tío. Con su gomina, su Brummel y sus uñas de los pies cortaditas. Dionisio, el primero del palacio, se le acercó y le cedió el mejor sitio de la fiesta, en primera fila para ver mejor que nadie a las bailarinas tracias. El vino, el mejor, de Siria, las chuletas, nada de merinas, churras, churras de las mejores...y todo ello servido con todo el amor que irradiaban las más macizas hetairas y los mejores mancebos de la isla.
Era la noche que Damocles siempre había soñado. No se lo podía creer el tío. No se le quitaba la sonrisa tonta de la cara, hasta que en una de éstas, se le ocurrió echar un vistazo al techo. Por qué al techo, pues no sé, pero así hizo. Y qué se encontró a un metro de distancia de su cabeza atada al techo por un pelo de crin de caballo? Pues una cacho espada que te cae eso encima y te parte en dos. Claro, Damocles (y cualquiera) se lleva un susto del trece y se levanta nervioso, atragantado con el vino y mirando para todos lados. Nadie parece ver lo que él ve, excepto Dionisio, que se le acerca tranquilo, rellena su copa y dice.
"Eso que ves ahí colgado, está ahí siempre aunque no lo veas, pues este es el lugar que yo ocupo cada noche. Sí, vivo en el mayor de los lujos, pero también he de cuidar de que mis muchos enemigos, no tengan éxito en sus empresas. Ellos están en todas partes y nunca descansan."
Damocles nunca más hizo una petición semejante a Dionisio.
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