miércoles, 17 de junio de 2009

Vacaciones en Roma


Más de medio siglo ha pasado desde que los buenos de Audrey y Gregory se sumergieran a lomos de una Vespa por las intrincadas calles de la Ciudad Eterna, alucinando los guiris con la exótica ciudad europea por la que  apenas circulan coches, motos u otros carromatos del estilo y plagada de obras de arte y ruinas de antiguas y gloriosas civilizaciones, anteriores incluso a la suya...
Bueno, cierto es que la ciudad en cuestión es eterna y lleva muchos años siéndolo, pero estoy seguro de que desde 1953 las cosas han cambiado un poco.
Rom continúa salpicada por los mismos (o más) vestigios de gloriosas civilizaciones y plagada de obras de arte en cada fuente, plaza, iglesia, calle, museo y edificio. Los mismos lugares míticos como el Coliseo, el Foro, la Columna de Trajano, la Capilla Sixtina, la Pietá, la fontana de Trevi, la plaza Navona, el Panteón o las escaleras de la plaza de España, pueden de repente asomar tras cualquier esquina con sólo dar un paseo por sus calles, o superando cuando corresponda, una pequeña-gran fila de turistas que esperan para pagar religiosamente la entrada. O pisar los adoquines de granito como hicieron las sandalias de Julio César, o los caballos de los Vándalos que asolaron la ciudad; rozar con los dedos el Rapto de Proserpina, escuchar el agua de la Fuente de los Cuatro Ríos como lo pudo hacer Bernini, o plantarse bajo el Juicio Final de la misma forma que habría podido hacer Miguel Ángel hace unos cuantos siglos para observar su obra.

Todo ello digo, en los últimos dos mil años ha sido común a todos los Audreys y Gregories que se hayan dado un rulo por la ciudad en moto, en carricoche o en burro, pero los que de ninguna manera siguen igual en todos estos siglos han sido los habitantes de la eterna ciudad...no me quiero extender con esto, pero superan con creces todos los supuestos estereotipos que tenemos de los italianos (nada que ver, por cierto, los romanos con los toscanos)
También, a la vista de la película que da nombre a este escrito, está claro que la circulación no es precisamente la misma. Vamos, que por muy héroe y galán que sea el amigo Gregory Peck, habrían durado, él y la angelical Audrey Hepburn, exáctamente un minuto en morir arrollados por cualquiera de los miles de locos y locas que, deseosos de sumar puntos, conducen (un decir...) por los longevos adoquines de la ciudad. 

Por cierto, un premio para el policía de la plaza de Venecia, que subido en una minúscula tarima, trata de organizar el caos que le rodea. Sin palabras.

Por otro lado, de todos es sabido que los italianos cuidan lo suyo como nadie, y de lo mejor que tienen, la gastronomía en general y el vino en particular. En todos los casos, ya fuera en el más turístico de los ristorantes, o la más casera de las trattorias, excelente calidad, cantidad y cuidado en todo lo referente a la forma de servirlo. Nada de vino en vaso o en tazas decoradas como me encuentro de vez en cuando por ahí. Por cierto, para que no se me olvide, una uva del Lazio a seguir: Nero Buono. Espectacular.
Otra cosa. A ver si aprendemos, pero por muchas enotecas, trattorías o ristorantes que uno pise durante el día, en Roma y en toda Italia, uno vuelve a su casa desprendiendo, más o menos, el mismo olor que el tenía al salir. Es decir, en estos sitios ni huele a fritanga ni se fuma. Algo que no deja de sorprendernos a los que vivimos aquí.

En definitiva, decir que la ciudad que una vez creó el logotipo más antiguo del mundo, es, pese al gran número de sus habitantes que no lo merezcan, un destino ineludible para cualquiera. Y más aún para flipados a los que, como a mí, nos gustan las piedras y demás vestigios de civilizaciones antiguas. Al menos una vez. 
Eso sí, recomiendo tranquilidad para tratar con los oriundos y sobre todo, buena forma física para enfrentarse a eternas caminatas bajo el más que justiciero sol latino.

No hay comentarios: